Block de hojas amarillas: En defensa del término literatura bajacaliforniana

09 agosto, 2005

En defensa del término literatura bajacaliforniana


Clasificar es una antigua costumbre humana, es una forma artificial y muchas veces arbitraria de ordenar el mundo para poder comprenderlo en sus factores esenciales, para poderlo ver en sus detalles distintivos. Clasificar implica darle un sentido a una realidad determinada, que a veces es visible para un amplio grupo de observadores y a veces solo es perceptible para quien lo clasifica de tal o cual manera. Clasificar es emitir una opinión y suscita en la mayoría de las ocasiones amplias controversias y enconos entre los clasificados, como en nuestra entidad ha sido el caso de los términos literatura fronteriza y literatura bajacaliforniana, términos polémicos porque han sido vistos primero con desdén gremial y después con alarma, como amenazas a combatir por los propios escritores del estado que veían en ellos una falsificación del verdadero propósito de su labor creativa, de su pureza conceptual como creadores sin cortapisas ni temáticas establecidas de antemano, como si el propio término de literatura bajacaliforniana, por ejemplo, fuera una camisa de fuerza para su imaginación.
Los puristas radicales hablan de que solo hay literatura a secas y punto. Ponerle un adjetivo es una restricción en el peor de los casos y en el mejor, una pérdida de tiempo. Pero estos puristas olvidan que el afán clasificatorio no nace sin motivos: cuando hay suficientes elementos en común dentro de una actividad humana concreta comenzamos a buscarles un perfil que los singularice, una identidad colectiva propia. Así sucede en el caso de la literatura cuando se escribe en la frontera sobre la temática que sea, pero con un enfoque fronterizo de la realidad poetizada, narrada o dramatizada en sus textos, o cuando se escribe en Baja California o sobre aspectos inherentes a nuestra entidad. Bajo estas condiciones, ?por qué no hablar de una literatura fronteriza o bajacaliforniana si ya hay suficientes obras para describirlas con tal nombre?
Lo que disgusta mayormente a los puristas es que creen que una clasificación regional de la literatura los rebaja de rango artístico. Piensan, erróneamente, que lo fronterizo no está a la altura de la literatura mexicana o universal y lo bajacaliforniano mucho menos. En sus prejuicios (un centralismo adoptado como creencia propia, una jerarquía que deploran pero a la que le rinden pleitesía acrítica), ellos mismos ven el término de literatura bajacaliforniana como sinónimo de provincialismo y eso los enoja pues se consideran escritores cosmopolitas que no merecen una categoría tan poco glamorosa. Pero esa es una falla de percepción: lo geográfico no está relacionado directamente con la calidad. Decir literatura bajacaliforniana, por ejemplo, es solo una forma de se?alar el origen de una escritura, no su valor en sí. Un buen escritor lo es por lo que escribe y cómo lo escribe, no por su ubicación territorial. Esta solo sirve para darnos una idea de un escritor o de un grupo generacional en vinculación con su propia época y con las circunstancias de vida que enmarcan su itinerario creativo, sus constantes de fondo. Clasificar es clarificar, es fundamentar una historia literaria o la crítica de una obra a partir del ecosistema cultural existente a su alrededor.
Muchos creadores solo quieren ser artistas y que su obra no sea vista en el contexto regional donde se hace y conforma, sino en el mercado nacional o mundial del arte. Ellos y ellas están en todo su derecho de verse así, de considerarse espíritus libres de toda sujeción temporal o espacial. Pero clasificar una actividad no es labor de creadores sino de críticos, periodistas e historiadores del arte. Es una manera de hacer comprensible, para el público en general, las distinciones de una tarea creativa con respecto a su entorno en primer lugar y luego con respecto a otras obras similares y a otros autores surgidos en circunstancias parecidas, sean estas el desierto, el paisaje urbano o las condiciones de vida en plena frontera Baja California-México-California-Estados Unidos. Lugares y tiempos específicos con obras literarias y escritores igualmente específicos. Realidades compartidas con resultados creativos que, en suma, hacen una literatura delineada por lo que sus autores dicen y callan, exhiben y ocultan. Datos obvios para construir un retrato hablado de nosotros mismos.
De ahí que decir literatura bajacaliforniana nos sirva para estudiar, con mayor profundidad y detalle, la creación literaria que aquí se manifiesta. Al darle tal clasificación nos permite definir sus contornos, advertir sus constantes de forma y fondo, precisar las características que en ella aparecen con mayor frecuencia. Los propios escritores de nuestra entidad pueden sentir que tal retrato hablado no corresponde al personaje real, pero quien esté interesado en investigar lo que escribimos y no lo que creemos que escribimos, en indagar cómo y por qué hacemos literatura en este rincón del mundo, descubrirá que ya existe un corpus de obras literarias que reflejan lo bajacaliforniano o lo fronterizo, independientemente de su valor artístico o de las declaraciones en contra de los propios creadores. La literatura bajacaliforniana existe, pues, en la medida que críticos, ensayistas y periodistas culturales van descubriendo puntos en común entre escritores de distintos géneros y generaciones. No es, la literatura bajacaliforniana, un lastre para sus autores, como no lo es decir literatura bávara o poesía antillana o teatro neoyorquino. Son solo formas de indicar la relación que hay entre un artista y el entorno en que lleva a cabo su creación. Un entorno que su obra puede no mencionar por nombre pero sí por usos del lenguaje o giros idiomáticos, una realidad que vive tras su prosa o su poesía sin necesidad de ser anecdótica.
Por eso la literatura bajacaliforniana es una manera de hacer visible este lazo muchas veces indetectable entre nuestros autores y su ubicación geográfica y cultural. Un lazo que no les impide escribir para el mundo entero y creer que lo propio es un lastre para su reconocimiento internacional. Tal prejuicio sería seguramente motivo de risa para James Joyce y William Carlos Williams, para Constantino Cavafis y Octavio Paz, para Fernando Pessoa y Yukio Mishima. Escritores que no rehuyeron ni lo propio ni lo ajeno, ni lo nativo ni lo extranjero. Así que sigo diciendo que el término literatura fronteriza o bajacaliforniana nos ayuda a comprender quiénes somos desde una perspectiva a la vez histórica y contemporánea, comunitaria e individual. De ahí que el estilo de un autor y la marca de un paisaje, de una forma de vivir el mundo desde un rincón específico, desde una zona particular de nuestro planeta, se traduce en términos de escritura creativa, de imaginación en marcha, de retrato hablado no solo de un autor o de una obra sino de un conjunto de escritores/escrituras que pueden ser leídos(as) por las dinámicas de su entorno y por la postura personal de cada uno de ellos y ellas al reaccionar ante este negándolo o asumiéndolo como suyo. Clasificar es, finalmente, creación de una red de correspondencias de la que nosotros mismos, el creador y el crítico, formamos parte: una bola de nieve que crece con cada obra y que va forjando nuevas formas de vernos a través de un contexto espacial que nunca cesa de aumentar su presencia en autores y obras, en comentarios y críticas. Y a pesar de los pesares, la literatura bajacaliforniana llegó para quedarse, para ser útil instrumento de reflexión, interpretación y análisis. He dicho.