La música brilla en la mirada, resuena en el corazón, se percibe en la forma de saludar y reírse y guiñar el ojo.
Para músicos, los directores de orquesta: son como domadores de fieras en medio del foso, como trapecistas volando en las alturas del pentagrama, disfrutando estar parados en la cuerda floja de cada concierto, de cada interpretación.
Eduardo Diazmuñoz es un músico que no se arredra ante las dificultades, un hombre que sabe lo que es la dignidad humana. Ningún obstáculo lo detiene, ninguna burocracia lo hace retroceder. En cierto modo, Eduardo es un utopista de los que más nos hacen falta: uno que cree que el arte vale todos los sacrificios habidos y por haber.
Allá, en su más pura esencia, Eduardo es un roquero de corazón y un cantor del alma popular. Verlo, en la película documental sobre el grupo mexicano El Tri, tocando la guitarra eléctrica es contemplar a un músico que no teme experimentar, lanzarse al vacío. Tal vez porque intuye que siempre habrá de caer en pie quien es honesto consigo mismo y con sus propios impulsos. La disciplina no está reñida con la espontaneidad, con el relajo, con la improvisación gozosamente asumida.
En su paso por la Orquesta de Baja California (OBC), donde tuve el honor de conocerlo gracias a nuestro mutuo amigo, el guitarrista Roberto Limón, Eduardo Diazmuñoz se mostró como un ser humano franco y apasionado, un músico que vio en esta orquesta, pequeña en número pero enorme en fuerza y capacidad, a un grupo de resistencia contra el centralismo apabullante de la cultura oficial. Eduardo supo, en Baja California, vivir a plenitud la aventura de una agrupación que decidió hacer y difundir la música de todos los géneros y latitudes, de todas las épocas y estilos, con el único propósito de compartir la diversidad musical de todas las culturas: sin fronteras de por medio, sin pasaportes elitistas.
Con la OBC, Eduardo y los músicos que la integraban y la integran fueron descubriendo su vocación de maestros ejemplares: entre todos enseñaron a una sociedad de frontera como la nuestra que la música es un lenguaje universal de concordia y convivencia, un aprendizaje comunitario que requiere la cooperación de músicos y espectadores por igual.
Eduardo Diazmuñoz siempre está atento a los compositores, quienes son la raíz del arte musical, su punto de partida. Eduardo es un hombre que infunde respeto y que respeta el trabajo creativo de los demás. Un director de orquesta que sabe escuchar el eco de sus órdenes en las actitudes del público tanto como en las reacciones de sus músicos. Intuitivo y perspicaz, adivina la trama mejor de cada composición, la ruta más certera al corazón de una partitura. Es un guía que lleva a puerto seguro una obra de arte sin perder el espíritu que de ella emana, la sonoridad que le da temperamento y coloratura.
Eduardo es un experto en el arte de la empatía. Cuando dirige, la orquesta a su cargo se vuelve un placer compartido, una ligereza de ánimo, un vino que borbotea en el oído de quien la escucha. Su papel es ser el gestor silencioso que provoca el vendaval de la música.
Nunca quieto, siempre en movimiento. Ese es el lema de su escudo de armas, su verdadero destino en este mundo.
Eduardo dice que todo tiene su tiempo y lugar. Impulsivo y prudente al mismo tiempo, en Diazmuñoz hay un equilibrio entre lo que busca obtener de su orquesta y lo que puede lograr en ese mismo instante. Eduardo es el puente natural entre la realidad cotidiana y el anhelo de trascendencia que la música propone, que cada músico quiere para sí.
Animador nato, Eduardo no da palmadas en la espalda si no las mereces, pero si ve tu evolución, se transforma en el apoyo mayor para que sigas adelante, para que no claudiques en tu empeño.
Eduardo es un director de orquesta, es decir, es un hombre que entiende que su función es ser el ecualizador de muchas voces y temperamentos, el catalizador de muchas vidas que la música junta en su seno. De él depende que el caos se vuelva un orden, que el ruido devenga en armonía, que la música sea bálsamo y cura, dolor y agonía, placer y vértigo. La condición humana en todas sus facetas y con todas sus dimensiones. Es ahí donde Eduardo está en su elemento: como pez en el agua, haciendo de la música un acto de valor a toda prueba.
Mexicali, Baja California, 10 de marzo de 2005.
Currículum de Eduardo Díaz Muñoz.
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