Block de hojas amarillas: Ernesto Bretón: la imagen justa, equilibrada

21 marzo, 2007

Ernesto Bretón: la imagen justa, equilibrada

J.M.W. Turner, el gran pintor inglés del siglo XIX, creador de intensas pinturas donde el paisaje era el tema central y la luz su materia prima, respondía a los que visitaban su casa y preguntaban en dónde trabajaba sus pinturas, llevándolos a la campiña más cercana y diciéndoles en tono desafiante: “¿Habéis visto mi estudio? Está hecho de cielo y agua. ¿No son gloriosos estos elementos? De ellos tomo mis lecciones noche y día.” Y lo mismo podría decirnos Ernesto Bretón (Hidalgo, 1924, pero avecindado en Mexicali desde 1944), cuya obra fotográfica no necesita de más inspiración que el cielo y el agua, pero también de la tierra que se abre a la mirada como un horizonte de altos vuelos. Una tríada de materiales esenciales en su refulgente espejismo.

El gran valor de un trabajo fotográfico como el de Ernesto Bretón es que su obra nos muestra que para ser fotógrafo no se necesita sólo estar en el lugar apropiado en el momento justo, sino tener ese instinto de cazador que permite atrapar una imagen con paciencia, sí, pero igualmente con sagacidad, con astucia. La naturaleza no da nada gratis y menos sus instantes de luz resplandeciente, sus sorpresivas coincidencias de personajes y escenarios.

En buena parte, la obra de Bretón, quien ingresa al grupo fotográfico Imágenes en 1972, es la de un archivista que nos ofrece la imagen en el tiempo, su peso como evocadora de otras épocas y circunstancias de vida. La luz como testimonio de nuestro paso por el mundo. Como él mismo lo dice: “Lo que más me gusta del desierto son sus amaneceres. Cuando todo está quieto, silencioso. Cuando el sol empieza a salir y comienza la luz a dibujar volúmenes, sombras, texturas. Esa luz del amanecer que tanto me gusta: tiernita, recién nacida”. Porque el desierto siempre está en movimiento, es contraste, historia en marcha que la fotografía memoriza, que la fotografía despliega como un momento afortunado, como el tesoro de una hazaña tremenda.

Un artista como Ernesto Bretón equilibra la inteligencia del rastreador de maravillas con el gusto armónico que capta el mundo en sus detalles y contrastes, en sus contrapesos y medidas. Tal es el mérito especial que estas fotografías conceden al espectador de las mismas: son composiciones de luz filtradas por un ojo de afilada perspicacia, por una mirada que no pierde su presa y, por eso mismo, siempre da en el blanco al substraer de la existencia cotidiana un gesto, un movimiento, una fisura que nos revela el interior turbulento del ser humano en su andar por estas tierras marginales, periféricas.

El fotógrafo como creador implica que éste recibe una visión integral de la realidad al descubrir que lo que mira le ofrece una sensación completa del lugar que tiene frente a sí, una percepción a fondo de su temperamento como naturaleza. Por eso Ernesto Bretón, en sus fotografías, asume el acto mismo de recibir el impacto de un paisaje o de un personaje y luego nos ofrece un retrato real, auténtico, sin que lo contemplado pierda un ápice de fuerza, de carisma, de energía vital.

Las imágenes de Ernesto Bretón son obras meritorias, artísticas, es decir, que no pueden mentir, que no buscan engañarnos. En su trabajo visual está presente, de espíritu entero, la voz de un fotógrafo que no ha querido otra cosa que darle valor propio a los objetos cotidianos, a los horizontes escuetos del norte mexicano, a las ciudades y habitantes de la frontera. Su obra fotográfica es, en suma, un catálogo de la vida fronteriza captada en su viveza y vitalidad tanto como en su permanencia y perdurabilidad.

Al observar estas fotografías uno puede afirmar que aquí pervive el testimonio de una Baja California en sus gestas más misteriosas y destellantes, una verdad impresa en blanco y negro de nuestros cambios y transformaciones como sociedad y como individuos. Esta imágenes vencen al tiempo porque en ellas palpitan momentos de una rara belleza, instantes de una feliz coincidencia. Milagros, en todo caso, que nos enseñan a ver nuestra realidad con mayor profundidad y hondura, con mayor capacidad de revelar en su gracia lo que hemos sido, lo que somos.

La gran lección de Ernesto Bretón es crear un legado de nuestro paisaje urbano y de los horizontes naturales donde cielo, mar y tierra coinciden en un resplandor preciso y contundente. En estas fotografías está el arte como sueño y sugestión, como símbolo y quimera. Un mundo donde lo fugaz se ha vuelto permanente, donde la luz es un idioma universal, un instrumento para pintarnos a nosotros mismos con visible trascendencia.

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