Julio Verne (1828-1905) va a cautivar, desde sus primeras novelas, la imaginación de los lectores. Su seducción literaria parte de una prosa ágil, unos personajes vivaces y entrañables y una capacidad de describir territorios desconocidos (el fondo del mar, el interior de la tierra, África y el océano Pacífico, la l
una y las regiones polares) como sí fuera un periodista mandando sus textos desde el lugar mismo de los hechos. En contraste con el pesimismo típico de la literatura utópica de su tiempo, Verne no se burla de la ciencia o de la idea de progreso, sino que las adapta como sus estandartes y las promueve en sus novelas. Y no es que Verne haya sido un autor ingenuo, que no vea los peligros de una ciencia desbocada, dueña del mundo, como las novelas de su vejez lo demuestran. Nuestro autor, sin embargo, cree que los beneficios de la ciencia exceden a sus perjuicios, que los recursos naturales están allí para ser expuestos como fuentes del conocimiento. Verne, sin duda, es un espíritu feliz de vivir en una época en que la ciencia abre las puertas, hasta entonces cercadas o prohibidas, de la naturaleza y el cosmos. Y ofrece explicaciones asombrosas para todos los fenómenos naturales habidos y por haber.
Julio Verne es, así, el cantor del progreso humano, de la civilización en marcha que está hambrienta de cambiar la vida, de transformar el mundo. Un cantor que cree que el mañana no sólo traerá cosas nuevas sino cosas buenas, retos inéditos, inventos útiles a todos. Y aquí lo nuevo se sintetiza en mejores comunicaciones y transportes, en maravillas tecnológicas que lleven a la humanidad a lugares donde nunca antes ha ido ni imaginaba llegar. De ahí que la narrativa de Verne sea, antes que otra cosa, un triunfo del poder de la imaginación, una literatura nacida de la especulación científica.
El ser humano, para Verne, es la medida de todas las cosas. Pero nuestro autor sabe que el nuevo protagonista de la civilización industrial no es el individuo sino el equipo de trabajo, el grupo que, en conjunto, es mayor que la suma de sus partes porque en él están representados el científico, el sabio, el guía que conoce las costumbres aborígenes, el militar que sabe como enfrentar los peligros, la muchacha que es una eficaz enfermera, etcétera. Todos héroes del conocimiento. Todos expertos en su respectiva especialidad y partes fundamentales para que el grupo sobreviva a todos los obstáculos de su viaje.
Por eso la literatura de Julio Verne no ha perdido su capacidad de entretenernos. Al leerla descubrimos que lo importante en ella no son los inventos que nos presenta (el submarino, la nave espacial, el globo aerostático) sino los personajes que luchan por una meta que parece imposible de lograr, pero que gozan de una ventaja enorme: son gente práctica que siempre busca una solución, personas que no se amilanan si fracasan y continúan en pos de su destino porque saben aprender de sus errores hasta que encuentran la salida a su predicamento, la respuesta adecuada a las dificultades que enfrentan. En cierta forma, Verne es el primer escritor occidental que nos muestra, en sus tramas novelescas, que el verdadero hombre de acción es el hombre que piensa antes de actuar, el que tiene planes de contingencia ante todos los imprevistos, pues sabe que este mundo sólo el que se adapta a las circunstancias sobrevive, sólo el que reacciona a tiempo y con cordura obtiene la sabiduría para sobrevivir.
Al igual que Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, Verne buscó que la narración más que el ensayo llevaran el peso de sus historias. Fue un cronista, así, de los últimos descubrimientos científicos: sus novelas nos sirven hoy como almanaques de los sueños y pretensiones de la ciencia de su época. En ellas hay un lugar para hablar de la fauna y la flora de países lejanos, de técnicas novedosas de ingeniería, de fórmulas químicas revolucionarias, de experimentos científicos que pueden cambiar nuestra concepción del universo. En sus novelas, la tecnología acaba triunfando sobre la naturaleza: el ferrocarril domina a la tundra, el globo a la selva, el submarino al mar. La naturaleza produce admiración romántica en ocasiones, pero la visión de la misma es utilitaria: la naturaleza importa por lo que se puede obtener de ella, no por lo que es.
Y esto es siempre fundamental en la obra de Verne: sus protagonistas son, en su mayoría, científicos. Ya sean geólogos, ingenieros o naturalistas. Hombres que van en busca de conocimientos y siempre descubren más de lo que esperan. Pero sean el tipo de científicos que sean, los personajes de Verne son ante todo viajeros incansables. Son participantes exaltados de una era donde los transportes se multiplican y las comunicaciones están abarcando el mundo entero. Para ellos, toda empresa es posible, sólo es necesario una adecuada organización, recursos suficientes y especialmente la capacidad imaginativa que ofrece vencer todos los obstáculos que la realidad impone. El capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje submarino es un símbolo del hombre liberado gracias a la tecnología, un hombre cuyo poder radica en sus propias invenciones. Gracias a ellas puede enfrentarse al mundo entero. Como el doctor Frankenstein, Nemo es un moderno Prometeo, un hombre capaz de darle a la humanidad un fuego nuevo: el de una ciencia victoriosa y avasallante. Así el Nautilus, el submarino de Nemo, es una utopía tecnológica, utopía construida gracias al esfuerzo técnico y al progreso de la ciencia. Una utopía impecable de la que el capitán Nemo dice que la “ama como carne de mi carne”, es decir, como extensión de sí mismo.
Y es aquí donde Verne nos demuestra su maestría narrativa: lo que importa en sus historias no es la meta sino el viaje en sí. O mejor aún: su secuela. Si no logran sus personajes llegar a la luna, crear una base submarina permanente, o conocer completamente el centro de la tierra, no importa. Eso sólo significa que otros volverán a intentarlo, que el espíritu humano, a la vez heroico y progresista, sabio y romántico, nos llevaría a repetir la aventura hasta obtener la victoria, hasta llegar a donde ningún ser humano ha llegado. Para Verne, el horizonte del futuro es la nueva frontera a explorar, el nuevo reto a vencer. Por eso su literatura tiene, aún a dos siglos de distancia, tanto impacto entre los jóvenes: es una prueba de que no son las máquinas las que nos llevan más lejos y a mayor velocidad, son los científicos y técnicos que primero las soñaron y luego las hicieron posibles los que nos han permitido ir más allá de nuestros límites y conquistar lo inconquistable. Recuérdese que Verne vive una era en que todavía se le perdona todo a la ciencia, en que aún no se ven, de cuerpo entero, los monstruos que la razón produce.
En Verne, el progreso es la verdadera aventura, el auténtico viaje de la civilización contemporánea. La prosa de Verne no es ya literatura para niños sino que apela al espíritu juvenil, a los adolescentes que saben que el futuro es el mundo que les va a tocar vivir, el universo que ellos mismos han de construir. Por eso Verne no es un simple profeta tecnológico, un precursor más, sino un hombre de su tiempo, un educador de las nuevas generaciones, a las que les muestra el porvenir que esta ya a la vuelta de la esquina. Un romántico, sí, en su pasión por el progreso, pero también un realista, un escritor que exhibe informaciones de primera mano, datos precisos, conocimientos de frontera.
Gracias a él se pasó del fatalismo moral de que el futuro era sólo el escenario apocalíptico donde pagarían por sus culpas justos y pecadores a una visión esperanzada y esperanzadora, un mundo donde la voluntad vence al providencialismo, la razón a la superstición, la verdad a la ignorancia. El futuro como el espacio idóneo para vivir, padecer o disfrutar la gran aventura del cambio interminable, el gran viaje que nos saca de nuestras casas y nos pone a rodar por el mundo. Y la lección fundamental es saber que la realidad es un laboratorio experimental, que la vida es un continuo, raudo, imprevisible aprendizaje que no tiene final jamás, porque todo está por vivirse, por descubrirse, por probarse. Por eso, mientras haya futuro para la humanidad, la literatura de Julio Verne seguirá siendo leída, porque es, antes que novela de aventuras, de viajes o de anticipación, una obra viva, un espíritu en marcha, la curiosidad que no cesa de preguntarse: ¿qué hay más allá del horizonte?, ¿qué prodigios y calamidades verán nuestros hijos?, ¿cómo serán las otras vidas, los otros mundos, el tiempo que está por comenzar?
1 Comentarios:
Les recomiendo en especial dos obras que tienen que ver con verne. Una es The Mammoth Book of New Jules Verne Adventures, editado por Mike Ashley y Eric Brown para Carrol & Graff, donde se presentan relatos de autores contemporaneos del genero basandose, por supuesto, en Verne...y el otro es DE VUELTA A VERNE EN 13 VIAJES ILUSTRADOS, que hace lo mismo pero en historieta. Ese ultimo es de la Universidad de Guadalajara y tiene un diseño de imagen muy bonito
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