Tijuana la horrible: ciudad real, metrópoli imaginaria
Gabriel Trujillo Muñoz ¿Qué tiene de horrible Tijuana? En realidad sólo su leyenda negra. Pero, ¿qué es una leyenda negra sino un acto de propaganda negativa, un yo acuso desde la indignación moral o la miopía ideológica que provoca una reacción contraria a su propósito: llamar la atención sobre una conducta, personaje o situación supuestamente deplorable. En síntesis, Tijuana es un triunfo de la mercadotecnia que vende como producto la aventura del placer, el acelere total, la permisividad sin límites; un ejemplo exitoso de que con mala propaganda se atrae más turismo, se crean más empresas, prospera una ciudad a la que no le importa su mala fama sino las ganancias obtenidas bajo la sombra del mito. Una metrópoli que es la suma de sus vicios antes que la suma de sus virtudes. Un imaginario colectivo al servicio de propagandistas y censores de todo tipo: desde Ovid Demaris hasta Rubén Vizcaíno Valencia, desde Fernando Jordán hasta José Revueltas, desde Hernán de la Roca hasta Joseph Wambaugh. Humberto Félix Berumen ha escrito, en Tijuana la horrible. Entre la historia y el mito (¡Vaya título pleonásmico!), tanto un homenaje al libro del peruano Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible, como una obra maestra de la crítica cultural contemporánea, un examen riguroso de cómo ha ido evolucionando Tijuana como mito cultural, como escándalo urbano. Este libro ha sido una manda cívica, supongo, un deber civil para con la ciudad de la que ahora Humberto es uno de sus cronistas oficiales. Pero Félix Berumen no ha pretendido defender a Tijuana de sus detractores sino explicar cómo, bajo qué mecanismo y ante cuáles circunstancias, una leyenda negra se crea, toma forma, se expande por el mundo y se mantiene en el ánimo público generación tras generación. Aquí no puede dejarse de mencionar que el mito de Tijuana viene de la época de la ley seca de nuestros vecinos del norte, la famosa prohibición del alcohol que, entre 1919 y 1933, le dio a muchas ciudades fronterizas mexicanas, la fama de urbes licenciosas y perdidas, llenas de tahúres y prostitutas, de bebedores y drogadictos. Si a esto se suma, ya en la época actual, que Tijuana, lo mismo que Ciudad Juárez, ocupa un sitio peculiar en el imaginario nacional como sede de carteles de narcotraficantes y como territorio privilegiado de la violencia fronteriza, el retrato de esta ciudad bajacaliforniana adquiere categoría de leyenda negra a la altura de Shangai, Marsella o Ámsterdam. Pero una leyenda negra no es una crónica de lo real sino un relato multitudinario, donde la imaginación en colectivo sueña, avizora, describe y juzga a una metáfora mayor –en sus vicios y perdiciones, en sus encantos equívocos y en su libertad festiva- que la ciudad misma que está a la vista de todos. Siguiendo a Edward W. Said en su obra clásica, Orientalismo, Humberto Félix Berumen nos hace ver que las metrópolis fronterizas, donde quiera que estén y en la época en que existan, han sido vistas por cronistas y viajeros como ciudades de paso para la humanidad entera, como espacios permisivos donde se permite lo mismo lo normal que lo perverso, como mercados abiertos, donde las lealtades siempre están en venta y todas las mercancías, legales e ilegales, se hallan a disposición del mejor postor. Urbes desvergonzadas – en eso comparten la fama con los puertos- que sólo viven para el comercio y el placer, y en donde siempre hay alguien marchándose y alguien arribando sin más fortuna que su ambición, sin más destino que escapar de la justicia. Sin embargo, el que Tijuana se haya convertido en un símbolo mundial de la ciudad perdida indica que en ella se ha concentrado la atención de novelistas, cineastas, turistas, periodistas, fotógrafos y académicos que, en su esplendorosa algarabía, han podido encontrar un infierno a la altura de sus propias apetencias y deseos, una mancha Rorschach de sus demonios interiores, nunca del todo satisfechos. Humberto Félix Berumen pasó años y años reuniendo el material, tan rico y variado, que constituye un retrato seductor de un mito que sigue vivito y prosperando, lo que hace de Tijuana la horrible (COLEF-Librería El Día,2003) una suma de voces contrastantes, de perspectivas novedosas al momento de asumir el fenómeno de Tijuana como una construcción cultural realmente original, como una leyenda negra históricamente constituida gracias a los medios masivos de comunicación. Una leyenda que cuenta con muchos padres putativos, pues esta ciudad tiene la virtud de atraer la atención tanto de los que sueñan caminar por la avenida Revolución, bailar con ficheras en la zona norte, tomarse un tequila entre cebras falsas y creer que todo eso es el auténtico México, como de los que le sacan la vuelta a semejante perdición, temerosos de que esa imagen turbulenta y depravada sea cierta y termine devorándolos para siempre. Lo cierto es que Tijuana es uno de nuestros mejores monstruos de importación, una villana al servicio del morbo y la maledicencia, el primer big-brother cultural que abarca una ciudad entera. Humberto nos la presenta como un rompecabezas donde cada escritor o periodista ha puesto una pieza esencial para levantar el mural colectivo de la infame, horripilante, caótica, viciosa, impúdica, irredenta Sodoma de nuestros días. Sí, de Tijuana la puta, la drogadicta, la saica, la contagiosa, la enferma, la narca, la migrante, la pocha, la contrabandista, la pollera, la neoliberal, la flor de la maquila. Esa imagen universal de todo lo malo que existe en el mundo. Ese símbolo del futuro que a todos nos espera. Hay que sonreír al leer este libro, al entrar a un infierno tan divertido como este. Semejante ciudad, visible para propios y extraños, ahora cuenta con un libro que la venera con su crítica, que la adora con la honesta valoración de su leyenda. Humberto nos ha dado una obra clave para comprender sin eufemismos, sin complacencias, que no se necesita ningún justo para salvar a Sodoma de Dios el represor, que con sólo quedarse a vivir en ella bajo la lluvia de fuego, con sólo sentirse orgullosos de ser parte suya, es suficiente para salvarla de la ira de los prejuiciosos y los hipócritas. De eso trata Tijuana la horrible, de asumir como propia la leyenda negra, de unir con precisión y sin retórica, la verdad y la mentira, el mito y la historia, Tijuana la real y Tijuana la horrible. O como dijera William B. Yeats: “Todo demonio es un dios invertido, porque todas las cosas están conectadas. Y un promotor del caos es el mejor servidor del orden mismo”. Este libro, con su ordenado discurso busca atrapar a su otro yo: ese diablo ciudad que nunca duerme, que nunca se está en paz. Al leerlo uno le vienen a la memoria las palabras del escritor Alfred Bester en su libro Las estrellas mi destino: Era una edad de oro, De vidas frenéticas y muertes violentas, Pero nadie pensaba en ello; Era un tiempo de pillaje y rapiña, De robos y fortunas, Pero nadie lo admitía; Era una edad de monstruos: Maravillosamente malévolos, grotescamente maravillosos. |
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