Más que poemas, los textos de Paulina de la Cueva son conjuros verbales, sortilegios de una “magia traslúcida” que la conduce a la sombra de las criptas, a la “metódica negrura” que embriaga sus palabras.
Algo de aquelarre debe tener la esencia misma de un puerto como Ensenada para que convoque a viajeros tan peculiares. Allí se han reunido los principales exponentes de la cultura brujeril, de una poesía dark que es “expresión arcana de una zarza ardiente”. Pienso en Flora Calderón y su mar de brujas. Pienso en la propia Paulina y su afán por conocer la otra cara de la realidad entonando palabras como ensalmos.
Paulina ha venido del interior del país y se ha topado con las costas frías del norte peninsular, con un espacio idóneo para construir su casa y fundar una poesía que es, como lo indica el título de su primer poemario individual, Territorio de dragón (Fondo editorial de Baja California, ICBC, 2003), mundo imaginario donde las cosas más portentosas suceden por arte de magia.
La poesía como palabra secreta, como ceremonia hermética, para iniciados. Discurso del tiempo, “lengua volátil cubierta del conocimiento primigenio”. De ahí que el poema no solo exhiba su tejido formal sino que oculte bajo el velo de sus imágenes “el nombre del abismo”, la pertenencia “al clan de los silentes”, aquellos que callan para estar más atentos a otras realidades y preceptos.
Para Paulina de la Cueva, el poeta no solo es un constructor de palabras o un forjador de versos. Su misión consiste en ser vidente: en ver más allá de su tiempo y circunstancia. El poeta como un dragón que se esconde tras “verdades absolutas”, en “atávicas sinuosidades”, para poder dar testimonio de su propia metamorfosis. Figura mítica. Símbolo de un poder que mora en las alturas.
En Territorio de dragón, Paulina canta al cuerpo en sus placeres y delicias, en sus cicatrices y demonios: un conocimiento que hace del poema un albergue de temblorosos labios y lenguas desatadas, una danza de fuego sacro.
La obra de esta poeta coincide, para el lector, con el acto de asumir que estamos ante un calidoscopio escritural: hay que darle vueltas y vueltas a las “vivencias cromáticas del polvo” hasta que cada poema sea “una flor sensorial/ una esfera de jade”. Combinación de colores que “abarcan universos, paradojas y vísceras”, que brillan como “plumas o escamas”.
La poesía como instrumento para ver el mundo a contraluz, para esgrimir sus complejidades. Imagen y conciencia de la imagen. Orden y desorden. Azar y contingencia.
Leer Territorio de dragón de Paulina de la Cueva nos remite a la obra de Martha Nélida Ruiz y Alicia Montañez: poetas bajacalifornianas que indagan, con el bisturí de sus pensamientos, en los intersticios de la realidad y abren, con sus respectivos métodos verbales, el cuerpo del deseo, la experiencia del sexo, la vida como “vastedad anímica’ donde todo lo que no mata, fortalece. Poetas las tres de una “lucidez exacerbada”. Escritoras inquietas, sacrílegas, en cuya “flama quemante” arden las ideas, los “nudos acertijos/ adheridos/ en torrente/ a los costados”.
Como Alicia al otro lado del espejo, de la Cueva es una especie de exploradora en el país de las maravillas-pesadillas. Un personaje a la Remedios Varo que utiliza palabras en vez de pinturas para dar consistencia a los prodigios que su mente crea: sin fronteras, permaneciendo a la intemperie, en “la irreversible contradicción” de no tener más ancla que la memoria para rehacerse a sí misma, para soñarse a sí misma..
Bruja, sí, y por tanto hereje, forastera, noctámbula, sibila. Una mujer cuyo criterio es profanar las normas para aprender la “urdimbre milenaria”, el nombre del dragón que habita sus entrañas, pulsa en su corazón y habla por sus versos. Ese dragón que agita “la oscuridad ventral del universo” entre sus garras.
“Solo puedo decirte lo que creo o lo que tuve que creer: el presagio y el recuerdo” dice el poeta Derek Walcott. Y Paulina de la Cueva bien puede añadir: “Por la piel/ ascienden recuerdos/ Por la savia/ rumores”. Voces que nos hablan desde la augusta presencia de lo inevitable, desde la llama cambiante de lo eterno. Poesía votiva, vela en mano. |
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