Block de hojas amarillas: febrero 2007

27 febrero, 2007

Tijuana: entre la libertad y la censura

La historia es sencilla: hace 6 años escribí un texto sobre Tijuana como leyenda negra, como espejismo donde se reflejan las contradicciones y ambigüedades morales del mundo en que vivimos. Lo hice después de conversar con intelectuales tijuanenses y ver a Tijuana como una ciudad-metáfora, hecha de múltiples facetas, es decir, donde se mezclan grandes logros artísticos y grandes convulsiones sociales que fluyen a través de la violencia cotidiana de una ciudad en auge demográfico. Tal ensayo literario lo titulé “Tijuana: puerto libre, casa de todos” y no era ni es un reportaje objetivo sino una visión subjetiva de una urbe filtrada por novelas, películas, canciones y realidades que son, nos guste o no, parte del acervo cultural contemporáneo. Este texto, junto con otros ensayos donde hablo (y justificadamente) maravillas de las maravillas de Tijuana en cuanto a su arte y su cultura, fue publicado, previa dictaminación, por el propio Centro Cultural Tijuana y el CONACULTA en el libro La cultura bajacaliforniana y otros ensayos afines (2005). Pero sólo al publicarse en el # de mayo de la revista Tijuana Metro, por invitación expresa de Leobardo Sarabia Quiroz, es que ha provocado una cierta controversia.


Me parece bien que esta creación mía logre que la gente cuestione cómo mejorar Tijuana de las sombrías realidades (inseguridad pública, corrupción, vicios) que a todos, como bajacalifornianos, nos incumbe criticar y buscar soluciones. Pero al parecer lo que ha provocado es que un grupo de tijuanenses, muy comité de salud pública y pureza fronteriza, quieran censurarme, callarme y expulsarme porque no están de acuerdo con mis opiniones, como si no existiera la libertad de expresión y de tránsito como garantías constitucionales, como derechos de todos los mexicanos.


La intolerancia, ahora lo veo, ha vuelto a asomar su faz en nuestros lares. Creer, como este grupo de personas lo manifiesta, que Tijuana es sólo la ciudad de la virtud, que no puede ser tocada ni con el pétalo de una crítica, y tergiversar mis palabras, sacándolas de su contexto, es jugar un juego altamente peligroso para todos los que escribimos o expresamos una opinión: implica un linchamiento moral a través de los medios de comunicación. Estamos aquí hablando de comunicadores que azuzan a la multitud desde la indignación agresiva. Ellos y ellas no se percatan de que siempre habrá diferentes visiones de una misma realidad, que en una democracia no tenemos que estar de acuerdo en uno y mil temas.


Por eso mi postura es simple y clara: yo no quiero convencer a nadie de mi verdad, pero tampoco acepto que la verdad de los otros debe usar las amenazas en lugar de los argumentos para imponerse. Creo, como escritor y catedrático universitario y ciudadano mexicano, que la libertad de expresión es la única manera de seguir siendo una democracia en marcha. Creo que la crítica nos fortalece como sociedad y como individuos pensantes. Creo que la emotividad que pide castigo para los que no piensan como uno, que exige en masa la prohibición de obras o la persecución de autores que no ven las cosas como uno las ve, es un regreso al terror medieval del Santo Oficio, es un retroceso cívico que a todos no daña por su ánimo censor y su autoritarismo rampante.

Posdata: Es un honor saber que uno está al lado de don Rubén Vizcaíno Valencia, creador emérito y universitario ejemplar, quien en 1989 fue acusado de estar insultando a Tijuana cuando se estrenó su obra de teatro Cuando venga Tia Juana, por mostrar aspectos no santos de una Tijuana que él amó como se debe amar toda ciudad que nos importe: criticándola para mejorarla. Por supuesto, las buenas conciencias de aquel tiempo pidieron lo mismo: la prohibición de la obra. Lo cual, desde luego, nunca sucedió.

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