Block de hojas amarillas: agosto 2005

23 agosto, 2005

Guillermo Samperio: la ilusoria realidad, la exacta fantasía


Para andar por el mundo se necesitan instrumentos de orientación, mapas, brújulas y guías con experiencia. Para explorar las antípodas se requiere una cierta dosis de arrojo y de locura, de pasión extrema y amor por la aventura. Guillermo Samperio (México, DF, 1948) ha demostrado, desde sus primeros cuentos, ser un guía excepcional por ese vasto territorio que los mapas señalan como desconocido o desconcertante. Y es que Guillermo, como pocos escritores mexicanos de su generación, la de la segunda mitad del siglo XX, ha sido siempre un viajero solitario que se ha adentrado en el corazón de las tinieblas de la condición humana y, sin embargo, ha vuelto de ahí con una sonrisa en los labios antes que con un gesto amargo. Samperio ha tenido la virtud de negar que existan fronteras infranqueables entre la realidad y el deseo, entre la vida cotidiana y los reinos fantasmagóricos. Su narrativa parece comenzar con un acto de fantasía pura, pero casi siempre deviene en un relato con los pies bien puestos en la tierra de las cosas comunes, de las vidas ordinarias.
Y cosas comunes, vidas ordinarias, personajes sin más sueños que atisbar la inasible presencia del otro en ellos mismos, son los que habitan, incómodos o confusos, tristes o expectantes, las ficciones de nuestro autor. En el caso de uno de sus libros más recientes, La mujer de la gabardina roja y otras mujeres (páginas de espuma, 2002), estamos ante la presencia escritural de un narrador que nos conduce, con mano maestra y mirada perspicaz, por esa región altamente explorada y, a la vez, intensamente desconocida, que es la mujer como presencia-eje en el mundo. Esta obra no es un paseo fantasioso de hadas o hechiceras, sino una serie de episodios, cada uno con su “íntimo sistema solar”, con sus “señales ocultas” y su “miedo tremebundo”. Una colección de cuentos que habitan un país donde la vida es una realidad en continua metamorfosis de sus afectos y dudas, donde hombres y mujeres son, unos frente a otros, signos de interrogación, misterios implacables.
Creo, desde que leí hace ya veinte años su cuento “El fantasma de la juerga”, que Guillermo Samperio es un hombre que ve, como lo pedía William Blake, las cosas del mundo con absoluta claridad. Samperio no es un escritor de finales sorpresivos sino de miradas de soslayo, de hallazgos casuales y morosas descripciones cargadas de elusivos significados. Un detective en busca de la mujer como “pulida ambigüedad”, como secreto fascinante. Pienso que el cuento que mejor define esta búsqueda es “complicada mujer de tarde”, donde el protagonista reconoce:

Su inclinación por mirar a las mujeres, por escucharlas, por percibirlas en sus diversas manifestaciones, sin que forzosamente tenga que sobrevivir la hechura del amor. De ellas, usted puede retener una manera de bailar solamente, una mirada intensa que usted captó en el interior del descuido, o la forma de tomar un vaso en esos instantes de profunda intimidad de las mujeres...usted se acerca a las mujeres que le pueden remover sensaciones de luz y regocijo pausado, semejantes a los atardeceres que viste un calmo mar, o a las reflexiones felices que se levantan desde las luces de azafrán desperdigadas y bulliciosas de una sudorosa y rica vegetación.

Los cuentos de Guillermo Samperio son, como los mejores cuentos de Juan José Arreola y Edmundo Valadés, momentos que acumulan una fuerza interior que a veces estalla a la menor provocación y en otras ocasiones transforma, con deliberada lentitud, el carbón de la realidad en un diamante de variadas facetas, en un prodigioso destello anímico. Como sueño, invención, memoria y salto al vacío, la prosa de nuestro autor se concentra en ciertos encuentros por demás fortuitos, en ciertas puertas que se abren al escorzo y al espejismo. El relato no como trama sino como laberinto, duermevela o iluminada lucidez. Textos que hablan del deseo como reto y promesa, como juego y desafío. Hombres y mujeres que danzan su descuido como tarjetas de presentación. Parejas que son remolinos de humo, batallas perdidas, vigilia y reflexión.
Para Samperio, la existencia misma, incluyendo el universo en expansión, las galaxias que giran, las civilizaciones que nacen, crecen y mueren, la vida con sus relaciones y conflictos, son parte de un cuento mayor, son escritura en movimiento y, por lo tanto, pueden ser contadas cuantas veces sea necesario y de mil maneras diferentes, Somos, según Samperio, un cuento que nos contamos entre todos para no aburrirnos, para curarnos el insomnio que es estar vivos, para seguir creyendo que el amor es una mujer de color verde o un dragón violeta, esos dos que caminan por la calle haciendo que la vida valga la pena de ser vivida, de ser contada. Tal es el valor de un libro como este: ser la quimera de nuestro paso por el mundo, ser la fantasía de nuestros sueños en común.

16 agosto, 2005

Aforismos para Eduardo Diazmuñoz

La música brilla en la mirada, resuena en el corazón, se percibe en la forma de saludar y reírse y guiñar el ojo.

Para músicos, los directores de orquesta: son como domadores de fieras en medio del foso, como trapecistas volando en las alturas del pentagrama, disfrutando estar parados en la cuerda floja de cada concierto, de cada interpretación.

Eduardo Diazmuñoz es un músico que no se arredra ante las dificultades, un hombre que sabe lo que es la dignidad humana. Ningún obstáculo lo detiene, ninguna burocracia lo hace retroceder. En cierto modo, Eduardo es un utopista de los que más nos hacen falta: uno que cree que el arte vale todos los sacrificios habidos y por haber.

Allá, en su más pura esencia, Eduardo es un roquero de corazón y un cantor del alma popular. Verlo, en la película documental sobre el grupo mexicano El Tri, tocando la guitarra eléctrica es contemplar a un músico que no teme experimentar, lanzarse al vacío. Tal vez porque intuye que siempre habrá de caer en pie quien es honesto consigo mismo y con sus propios impulsos. La disciplina no está reñida con la espontaneidad, con el relajo, con la improvisación gozosamente asumida.

En su paso por la Orquesta de Baja California (OBC), donde tuve el honor de conocerlo gracias a nuestro mutuo amigo, el guitarrista Roberto Limón, Eduardo Diazmuñoz se mostró como un ser humano franco y apasionado, un músico que vio en esta orquesta, pequeña en número pero enorme en fuerza y capacidad, a un grupo de resistencia contra el centralismo apabullante de la cultura oficial. Eduardo supo, en Baja California, vivir a plenitud la aventura de una agrupación que decidió hacer y difundir la música de todos los géneros y latitudes, de todas las épocas y estilos, con el único propósito de compartir la diversidad musical de todas las culturas: sin fronteras de por medio, sin pasaportes elitistas.

Con la OBC, Eduardo y los músicos que la integraban y la integran fueron descubriendo su vocación de maestros ejemplares: entre todos enseñaron a una sociedad de frontera como la nuestra que la música es un lenguaje universal de concordia y convivencia, un aprendizaje comunitario que requiere la cooperación de músicos y espectadores por igual.

Eduardo Diazmuñoz siempre está atento a los compositores, quienes son la raíz del arte musical, su punto de partida. Eduardo es un hombre que infunde respeto y que respeta el trabajo creativo de los demás. Un director de orquesta que sabe escuchar el eco de sus órdenes en las actitudes del público tanto como en las reacciones de sus músicos. Intuitivo y perspicaz, adivina la trama mejor de cada composición, la ruta más certera al corazón de una partitura. Es un guía que lleva a puerto seguro una obra de arte sin perder el espíritu que de ella emana, la sonoridad que le da temperamento y coloratura.

Eduardo es un experto en el arte de la empatía. Cuando dirige, la orquesta a su cargo se vuelve un placer compartido, una ligereza de ánimo, un vino que borbotea en el oído de quien la escucha. Su papel es ser el gestor silencioso que provoca el vendaval de la música.

Nunca quieto, siempre en movimiento. Ese es el lema de su escudo de armas, su verdadero destino en este mundo.

Eduardo dice que todo tiene su tiempo y lugar. Impulsivo y prudente al mismo tiempo, en Diazmuñoz hay un equilibrio entre lo que busca obtener de su orquesta y lo que puede lograr en ese mismo instante. Eduardo es el puente natural entre la realidad cotidiana y el anhelo de trascendencia que la música propone, que cada músico quiere para sí.

Animador nato, Eduardo no da palmadas en la espalda si no las mereces, pero si ve tu evolución, se transforma en el apoyo mayor para que sigas adelante, para que no claudiques en tu empeño.

Eduardo es un director de orquesta, es decir, es un hombre que entiende que su función es ser el ecualizador de muchas voces y temperamentos, el catalizador de muchas vidas que la música junta en su seno. De él depende que el caos se vuelva un orden, que el ruido devenga en armonía, que la música sea bálsamo y cura, dolor y agonía, placer y vértigo. La condición humana en todas sus facetas y con todas sus dimensiones. Es ahí donde Eduardo está en su elemento: como pez en el agua, haciendo de la música un acto de valor a toda prueba.

Mexicali, Baja California, 10 de marzo de 2005.

Currículum de Eduardo Díaz Muñoz.

13 agosto, 2005

Gabriel Silva: ecuaciones y fractales

El escritor como prisionero de sus propias palabras, como el reo que aguarda su sentencia y cuyo juez es el tiempo que pasa, la vida que lo va consumiendo hasta dejarlo hecho polvo, moléculas, vacío. Tal es la primera impresión que surge al leer Números del reo (editorial La calabaza del diablo, Chile, 2004), el primer poemario del poeta Gabriel Silva (Santiago de Chile, 1974). Lo que deslumbra al toparnos con esta poesía tan geométrica, tan exacta en su delirio matemático, son las evidencias de un escritor que viene de la otra orilla de la cultura, la de la física cuántica y la tecnología ingenieril. Y es que Silva es un poeta que ha saltado de las fórmulas precisas de las ciencias exactas al cosmos impreciso de las definiciones y los afectos. De ahí que sus ecuaciones se hayan vuelto “el aleteo del verbo en el espíritu de la luz”.
Al acercarnos a este poemario-laboratorio de cálculos y fotones en la pizarra del verso, nos percatamos que Gabriel Silva ha querido reconciliar las dos mitades de un mismo enigma: el del valor exacto del ser humano en un universo que solo nos necesita como energía en movimiento, pero que nosotros, criaturas inverosímiles, seguimos pretendiendo encontrarle sentido, significado. Este joven poeta sudamericano nos recuerda, por lo mismo, al poeta francés Jacques Roubaud, de quien Octavio Paz decía que en él se realizaban “los esponsales amorosos del trobar clus y de las matemáticas”. En ambos autores, en Silva y en Roubaud, el poema es un juego combinatorio, un espacio donde acontece la ceremonia de lo humano, sus conflictos, sus paradojas, como si esta fuera un choque de partículas, una explosión de átomos en fuga:

la luz
une el equilibrio con las palabras
monosílabas
la geometría es una palabra no divulgada

De todos los misterios que la vida pone a su disposición el que más golpea a Silva, el que más lo toca en carne viva y en pensamiento reflexivo, es el de su alma aterrada ante la “desesperación de infinito”, ante una vastedad que solo los números pueden darle coherencia y explicación. Nacido en una edad en que lo que prevalece es un universo fractal, un horizonte de objetos irregulares y de líneas fragmentadas, un mundo sin sustancia matérica de peso, a nuestro poeta no le queda más tarea que escudriñar el caos que lo rodea, estudiar en su complejidad alucinatoria las realidades en que lo real se distorsiona en múltiples facetas y reflejos. Silva busca hallar el camino de regreso a la simetría, al equilibrio. Para eso cuenta con la palabra como escudo, con la poesía como ordenamiento formal de la luz que lo asombra y lo intriga.
La poesía de Gabriel Silva indaga, como pedía Friedrich Nietzsche, en tender “la mano hacia los seductores bucles del azar...ahora, encorvado, entre dos nadas, un signo de interrogación, un cansado enigma” es la tarea que se impone a sí mismo. Y como Nietzsche, Silva descubre, al extender su voz, los silogismos del tiempo, las inquietudes del espíritu, las sorpresas del amor y de la muerte como trayectorias paralelas, como fenómenos cargados “con fotones y neutrinos”, con partículas que estallan “en la pared del universo”. Y, de ese modo, el poema deviene en su propio experimento:

el reo es una celda imaginaria
su espejo es la luz del norte...
el lugar donde la dimensión de su pensamiento
choca estrepitosamente

Y ese es el mayor atributo de Números del reo: el que sus versos sean, a la vez, tiempo y reflexión del tiempo, el que sus imágenes clarifiquen el mundo en que vivimos desde la poesía que no deja de preguntarse en cuál realidad estamos presos, a qué espacio pertenecen nuestros amores y querellas. Lo esencial aquí es advertir que Gabriel Silva reclama que la libertad es un reencuentro de contrarios, una ciencia de la luz que no pretende engañarnos con fastos trascendentalistas. Que el ser humano es un reo en perpetua escapatoria, un teorema sin confirmación posible, pero del que Silva es su más fiel estudioso, su más impecable investigador.

09 agosto, 2005

En defensa del término literatura bajacaliforniana


Clasificar es una antigua costumbre humana, es una forma artificial y muchas veces arbitraria de ordenar el mundo para poder comprenderlo en sus factores esenciales, para poderlo ver en sus detalles distintivos. Clasificar implica darle un sentido a una realidad determinada, que a veces es visible para un amplio grupo de observadores y a veces solo es perceptible para quien lo clasifica de tal o cual manera. Clasificar es emitir una opinión y suscita en la mayoría de las ocasiones amplias controversias y enconos entre los clasificados, como en nuestra entidad ha sido el caso de los términos literatura fronteriza y literatura bajacaliforniana, términos polémicos porque han sido vistos primero con desdén gremial y después con alarma, como amenazas a combatir por los propios escritores del estado que veían en ellos una falsificación del verdadero propósito de su labor creativa, de su pureza conceptual como creadores sin cortapisas ni temáticas establecidas de antemano, como si el propio término de literatura bajacaliforniana, por ejemplo, fuera una camisa de fuerza para su imaginación.
Los puristas radicales hablan de que solo hay literatura a secas y punto. Ponerle un adjetivo es una restricción en el peor de los casos y en el mejor, una pérdida de tiempo. Pero estos puristas olvidan que el afán clasificatorio no nace sin motivos: cuando hay suficientes elementos en común dentro de una actividad humana concreta comenzamos a buscarles un perfil que los singularice, una identidad colectiva propia. Así sucede en el caso de la literatura cuando se escribe en la frontera sobre la temática que sea, pero con un enfoque fronterizo de la realidad poetizada, narrada o dramatizada en sus textos, o cuando se escribe en Baja California o sobre aspectos inherentes a nuestra entidad. Bajo estas condiciones, ?por qué no hablar de una literatura fronteriza o bajacaliforniana si ya hay suficientes obras para describirlas con tal nombre?
Lo que disgusta mayormente a los puristas es que creen que una clasificación regional de la literatura los rebaja de rango artístico. Piensan, erróneamente, que lo fronterizo no está a la altura de la literatura mexicana o universal y lo bajacaliforniano mucho menos. En sus prejuicios (un centralismo adoptado como creencia propia, una jerarquía que deploran pero a la que le rinden pleitesía acrítica), ellos mismos ven el término de literatura bajacaliforniana como sinónimo de provincialismo y eso los enoja pues se consideran escritores cosmopolitas que no merecen una categoría tan poco glamorosa. Pero esa es una falla de percepción: lo geográfico no está relacionado directamente con la calidad. Decir literatura bajacaliforniana, por ejemplo, es solo una forma de se?alar el origen de una escritura, no su valor en sí. Un buen escritor lo es por lo que escribe y cómo lo escribe, no por su ubicación territorial. Esta solo sirve para darnos una idea de un escritor o de un grupo generacional en vinculación con su propia época y con las circunstancias de vida que enmarcan su itinerario creativo, sus constantes de fondo. Clasificar es clarificar, es fundamentar una historia literaria o la crítica de una obra a partir del ecosistema cultural existente a su alrededor.
Muchos creadores solo quieren ser artistas y que su obra no sea vista en el contexto regional donde se hace y conforma, sino en el mercado nacional o mundial del arte. Ellos y ellas están en todo su derecho de verse así, de considerarse espíritus libres de toda sujeción temporal o espacial. Pero clasificar una actividad no es labor de creadores sino de críticos, periodistas e historiadores del arte. Es una manera de hacer comprensible, para el público en general, las distinciones de una tarea creativa con respecto a su entorno en primer lugar y luego con respecto a otras obras similares y a otros autores surgidos en circunstancias parecidas, sean estas el desierto, el paisaje urbano o las condiciones de vida en plena frontera Baja California-México-California-Estados Unidos. Lugares y tiempos específicos con obras literarias y escritores igualmente específicos. Realidades compartidas con resultados creativos que, en suma, hacen una literatura delineada por lo que sus autores dicen y callan, exhiben y ocultan. Datos obvios para construir un retrato hablado de nosotros mismos.
De ahí que decir literatura bajacaliforniana nos sirva para estudiar, con mayor profundidad y detalle, la creación literaria que aquí se manifiesta. Al darle tal clasificación nos permite definir sus contornos, advertir sus constantes de forma y fondo, precisar las características que en ella aparecen con mayor frecuencia. Los propios escritores de nuestra entidad pueden sentir que tal retrato hablado no corresponde al personaje real, pero quien esté interesado en investigar lo que escribimos y no lo que creemos que escribimos, en indagar cómo y por qué hacemos literatura en este rincón del mundo, descubrirá que ya existe un corpus de obras literarias que reflejan lo bajacaliforniano o lo fronterizo, independientemente de su valor artístico o de las declaraciones en contra de los propios creadores. La literatura bajacaliforniana existe, pues, en la medida que críticos, ensayistas y periodistas culturales van descubriendo puntos en común entre escritores de distintos géneros y generaciones. No es, la literatura bajacaliforniana, un lastre para sus autores, como no lo es decir literatura bávara o poesía antillana o teatro neoyorquino. Son solo formas de indicar la relación que hay entre un artista y el entorno en que lleva a cabo su creación. Un entorno que su obra puede no mencionar por nombre pero sí por usos del lenguaje o giros idiomáticos, una realidad que vive tras su prosa o su poesía sin necesidad de ser anecdótica.
Por eso la literatura bajacaliforniana es una manera de hacer visible este lazo muchas veces indetectable entre nuestros autores y su ubicación geográfica y cultural. Un lazo que no les impide escribir para el mundo entero y creer que lo propio es un lastre para su reconocimiento internacional. Tal prejuicio sería seguramente motivo de risa para James Joyce y William Carlos Williams, para Constantino Cavafis y Octavio Paz, para Fernando Pessoa y Yukio Mishima. Escritores que no rehuyeron ni lo propio ni lo ajeno, ni lo nativo ni lo extranjero. Así que sigo diciendo que el término literatura fronteriza o bajacaliforniana nos ayuda a comprender quiénes somos desde una perspectiva a la vez histórica y contemporánea, comunitaria e individual. De ahí que el estilo de un autor y la marca de un paisaje, de una forma de vivir el mundo desde un rincón específico, desde una zona particular de nuestro planeta, se traduce en términos de escritura creativa, de imaginación en marcha, de retrato hablado no solo de un autor o de una obra sino de un conjunto de escritores/escrituras que pueden ser leídos(as) por las dinámicas de su entorno y por la postura personal de cada uno de ellos y ellas al reaccionar ante este negándolo o asumiéndolo como suyo. Clasificar es, finalmente, creación de una red de correspondencias de la que nosotros mismos, el creador y el crítico, formamos parte: una bola de nieve que crece con cada obra y que va forjando nuevas formas de vernos a través de un contexto espacial que nunca cesa de aumentar su presencia en autores y obras, en comentarios y críticas. Y a pesar de los pesares, la literatura bajacaliforniana llegó para quedarse, para ser útil instrumento de reflexión, interpretación y análisis. He dicho.

01 agosto, 2005

Las buenas intenciones para ir al infierno

Creo que la ciudadanización de la cultura, esa nueva bandera que la demagogia foxista nos dio, es una ejemplo perfecto de buenas intenciones, pero, como ya lo se?alara el bueno de Dante, el camino al infierno está empedrado de buenas, buenísimas intenciones. Me explico: pensar que los ciudadanos se involucren en la cultura o en el desarrollo de las instituciones culturales parece a primera vista un logro democrático. También el socialismo real y la globalización lo parecieron en su tiempo. Pero yo veo que la marcha de la educación pública no ha sido mejor ni más efectiva con la presencia de representantes ciudadanos en las instituciones educativas. Los comités de padres de familia han pasado a ser minutemen o vigilantes de todo aquello que sus prejuicios o supersticiones, en cuanto a sexualidad, historia patria o minorías étnicas o religiosas, lo que los induce a ver cualquier disidencia o cambio en el proceso ense?anza-aprendizaje como un ataque a su ideología de clase media conservadora en valores y restringida al histerismo noticioso de los medios de comunicación. La ciudadanía entonces tiene el poder de decidir pero no siempre tiene la razón de su parte. Imaginen ahora el campo del arte: ciudadanos ejemplares, ordenados y santificados por sus creencias censurando lo que les parece censurable (desnudos, palabras altisonantes, expresiones alternativas o que desafían el “buen” orden de la sociedad). Y esto me recuerda a los comités de Salud Pública que el buen ciudadano Robespierre estableció para beneplácito del sindicato de verdugos y los fabricantes de guillotinas. Ahora, seguramente, se les llamará contralorías o tribunales de lo contencioso cultural. Aparatos burocráticos para eliminar adversarios bajo el manto modosito de proteger los derechos culturales. Las dictaduras siempre comienzan tratando de proteger a los ciudadanos de la corrupción reinante con leyes más estrictas y vigilancia generalizada para seguridad de la comunidad, comunidad que al final acaba peor que antes y formada únicamente por delatores y policías.

Por otra parte muchos dirán que la ciudadanización en la cultura es otra cosa, que los representantes ciudadanos serán los propios artistas y promotores culturales, lo cual viene a ser algo aterrador: veo a artistas locales que se han quejado de múltiples afrentas en determinadas instituciones en cuanto pueden ya están pidiendo apoyos o subsidios a sus compa?ías o agrupaciones como un privilegio divino e inobjetable; veo a buscachambas profesionales que nunca han podido salir de la mediocridad por falta de disciplina artística ser los primeros en alzar la voz para que las instituciones los traten como ellos desean ser reconocidos: con un puesto burocrático, con un podercito a la medida de su genio; veo a intérpretes para los que el arte sólo debe ser lo bello y lo sublime y cualquier cosa no clásica no es arte que piden que la cultura sea moralmente aceptada por el concilio de Trento o no es cultura; así que para que esto no se convierta en un infierno donde los bribones se dan golpes en el pecho y los cínicos se disfrazan de abuelitas sonrientes, pienso que se necesita primero acotar qué es un representante ciudadano en términos igualmente transparentes y factibles:

1.- La ciudadanización de la cultura se debe constituir por creadores-promotores que no intentarán imponer su visión del mundo al resto de la comunidad artística: nadie se prestará al juego de los poderes, pero luego pienso en Dante y creo vislumbrar a la condición humana en todo su terrible esplendor: representantes culturales que verían el cargo como un puesto político, como un poder con sus respectivas recompensas por ser intermediarios en apoyos financieros, como una posición para su grupo en particular y no para la comunidad artística en general. Serían, pues, nuestros diputados culturales, con sus divisiones partidistas o nativistas, en sus curules del arte y cultura. O los funcionarios del IFE del arte como árbitros para el juego del beneficio personal. Luego habría tribunales para desaforar a funcionarios y creadores por igual por no cumplir las altas expectativas del arte o la cultura. Luego habrá el gran hermano cuidando que todos sean felices en conjunto, como el camarada Stalin pedía: que cada artista sea parte de la gran maquinaria propagandista y reciba en recompensa su dacha, su pensión, su manual de lo políticamente correcto e incorrecto, de lo legalmente aceptable o inaceptable. Claro, eso es pura especulación. Pero en un país petrificado en normas, códigos, leyes, prefiero la regla simple de cada quien según su esfuerzo, de cada uno según su mérito. El talento individual sobre el sindicalismo protector del gremio cultural. Apuesto por el mérito propio sobre una igualdad que hace tabla rasa de las peculiaridades de cada uno de sus integrantes para quedar bien con la masa vociferante.

2.- La ciudadanización de la cultura será, para los representantes ciudadanos, una actividad no remunerativa y la cual tendrá una simple normatividad ética: A) No se promoverá a los allegados, familiares o miembros de tu mismo grupo artístico, de tu misma empresa o del foro artístico o escuela de artes o humanidades que diriges o en la que trabajas; B) No será representante ciudadano el que no cuente con una trayectoria reconocida en la creación artística o la promotoría cultural; C) No se verá el cargo como un honor sino como un trabajo por los demás, no importando los costos personales; D) No se hará negocios de ningún tipo ni se utilizará como trampolín para cargos institucionales; E) No se podrá chiflar y comer pinole: el artista que obtenga un puesto cultural dejará automáticamente de pertenecer a cualquier agrupación independiente y no tendrá ingerencia en los consejos ciudadanos. El FOCUC lo tiene establecido en sus estatutos, pero las demás agrupaciones se hacen de la vista gorda ante semejante acto de corrupción. Y es que ya se ha visto a numerosos héroes culturales que, después de formar círculos o agrupaciones para luchar por los derechos culturales, adquieren un puesto gubernamental como recompensa por sus manifestaciones de protesta. Y luego comienzan a repartir puestos a sus camaradas en armas y luego declaran: se acabó el tiempo de las quejas, es la hora del deber (con la marcha de Zacatecas de fondo) y su rebeldía desaparece para dar paso al funcionario gris, al promotor que alaba todos los actos de gobierno. Aclaro: del gobierno al que él o ella pertenecen.

3.- Se dice que la ciudadanización de la cultura no será utilizado como fachada para censurar en nombre de la ciudadanía –cosa que ya ha ocurrido en otras organizaciones no gubernamentales como el nefasto grupo Pro Vida en el ámbito nacional o Las mujeres libres a favor de la democracia en el ámbito local- sino que redundará en un grupo de asesoría para cuestiones vitales en el desarrollo del arte y la cultura de nuestra entidad. ?Necesitamos algo así, me pregunto? Por supuesto. ?Pero no es esa la labor que muchos de nosotros hacemos, sin más remuneración que una buena polémica, en los medios a nuestro alcance? Así es. ?Entonces para que crear un organismo de vigilancia si cada uno de nosotros podemos cuidar nuestras manifestaciones artísticas y nuestras instituciones culturales desde nuestras respectivas trincheras o ideologías y no bajo el rígido, implacable manto de la ley? Yo creo que entre menos legislatura mayor libertad, entre más leyes mayor corrupción. Pregúntenle a Floridalma Alfonso, Edgar Meraz, Alma Delia Martínez o Fernando Rodríguez Rojero, quienes han sufrido aquí, en Baja California, la represión moralista o hacendaria, con leyes de por medio, en carne propia, en obra propia.

Tampoco podemos soslayar que muchas veces se critica a una instancia cultural por cuestiones personales, por animadversión con quien detenta el poder. Y estos casos son una vergüenza para todos los involucrados. Hacen ver que no se tiene el propósito de mejorar el desarrollo de la entidad sino golpear al adversario donde más le duele. Lo peor es cuando detrás de esto hay motivaciones políticas. En el foro del 14 de mayo los resultados parecen partir de la base de que sólo el ICBC tiene problemas a afrontar. De pronto se desdibujan las críticas a otras instancias, especialmente los municipios y sus raquíticos y erráticos IMACs, porque las facciones que regentean estos foros parecen tener una agenda centrada en no mover las aguas donde muchos de sus integrantes trabajan y cobran un sueldo. La política partidista en todo su esplendoroso pillaje.

Sé que muchos de los integrantes de agrupaciones ciudadanas en pro de la cultura han luchado a brazo partido por a?os: allí están Teatro del norte, Bitácora, Mexicali a secas, la Orquesta de Baja California, Opera en Tijuana, Mujeres en ritual, etcétera. Y lo han hecho profesional e independientemente, acercándose a las instituciones con proyectos de trabajo que trascienden lo local y que ofrezcan no sólo la mano de obra creativa, sino recursos propios, estrategias de difusión y comercialización que funcionen. Pero también veo en otras agrupaciones el oportunismo político de surgir siempre en la coyuntura de un cambio administrativo y la bandera del escándalo y de la protesta por los faltantes institucionales, causas por cierto legítimas en sus aspiraciones de mejoramiento, pero que en este contexto de a río revuelto ganancia de artistas gritones, sólo revela un querer obtener, a como de lugar, un pedazo del pastel sin ofrecer nada a cambio excepto el ser artistas que se representan a sí mismos pero no representan a la comunidad artística que trabaja sin más afán que hacer las cosas bien y con todos el profesionalismo que requiere una sociedad de frontera como la nuestra.

Un punto final: todo el debate de los derechos culturales y los representantes ciudadanos, en los que se afirma que no hay representatividad ciudadana ni se ejerce una vigilancia, a partir de la comunidad artística, sobre los procesos y procedimientos de tales instituciones, implica que no hay artistas o promotores culturales involucrados en asesorar, en instituir canales de transparencia y calidad, de planeación y evaluación de los programas y políticas al interior de las instituciones culturales de Baja California.

Pero luego pienso en ciudadanos-artistas-promotores como Gabriel Adame, Norma Bocanegra, Manuel Bojórkez, Roberto Rosique, Sergio Rommel, David Rodríguez, Hugo Salcedo, Felipe Güicho Gutiérrez, Raúl Fernando Linares, Laura Jáuregui, Pedro Gabriel González, José Alfredo Acosta, Javier Cese?a, Ruth Hernández, Alfonso Vidales, Ricardo Pacheco, María Edma Gómez, Arnulfo Estrada o Georgina Walther, para nombrar sólo algunos representantes ciudadanos de la comunidad artística dentro de las propias instituciones estatales, y me digo: creo que ya existe ciudadanización de la cultura. Lo que falta es comunicación más abierta y expedita entre los propios creadores y sus representantes, más conocimiento de las funciones y deberes de las instituciones, lo mismo que de los deberes de los artistas y promotores quejosos que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el suyo, que hablan de voluntad de servicio y sólo se sirven de foros para cuestiones personales o laborales de su propio, reducido interés.

Es cierto que, junto a los funcionarios culturales en turno, a los primeros a los que hay que pedirles cuentas es a los artistas que no han cumplido con sus obligaciones cuando han recibido fondos para hacer su trabajo y han acabado incumpliendo lo que prometieron, a los creadores que no han hecho obra digna de llamarse arte pero se pavonean como si fueran los mayores genios incomprendidos del planeta, así como a los representantes ciudadanos actuales del IMAC-Tijuana o del IMACUM en Mexicali o del ICBC: preguntarles qué apoyos han conseguido para la comunidad artística en su conjunto o para la comunidad bajacaliforniana en general. Sé que buena parte de ellos están trabajando como un aporte comunitario realmente desinteresado, como un trabajo que no tiene más pago que su lealtad a la cultura bajacaliforniana, pero es necesario saber qué han conseguido y qué han propuesto para el desarrollo cultural de nuestra entidad.

Los artistas independientes que han conformado los foros olvidan la historia reciente: que los peores momentos del ICBC o del IMAC fueron cuando a estas instituciones las dirigían artistas salidos de las filas democráticas y ciudadanas de nuestra comunidad cultural. Si no queremos más los caprichos de una Elizabeth Algrávez, la catatonia de un Francisco Bernal o la pompa y circunstancia de un Patricio Bayardo es tiempo de empezar autocriticándonos, como comunidad artística, por nuestras bellas ingenuidades, por el idealismo ciego que nos ha llevado, en numerosas ocasiones, a la inercia o al apapacho acrítico de nuestros pares sólo por el hecho de ser nuestros pares. Es tiempo de reconocer que la responsabilidad de la buena marcha de nuestra cultura es de todos los que trabajamos, en distintas trincheras, tanto en la independencia como en la institucionalidad, en pro del arte bajacaliforniano, en pro de su mejoramiento y excelencia. Lo otro es la grilla de los ambiciosos de costumbre, de los arribistas sin escrúpulos, la grilla que sólo sirve para quejarnos sin aportar, en recursos humanos y financieros, nuestro granito de arena, nuestro arte en común. Ese trabajo que hacemos, en el foro de cada quien y de cada cual, por nuestra cuenta y riesgo, como individuos pensantes sin necesidad de una multitud que nos respalde o aplauda, como creadores fieles al arte como oficio y disciplina, como compromiso y veracidad.