Block de hojas amarillas: junio 2006

22 junio, 2006

Para sobrevivir en Tijuana. 21 consejos gratuitos

Por Gabriel Trujillo Muñoz

Para D.

  • Nunca digas que eres de Mexicali. Sólo es políticamente correcto decir que eres de Tecate o de Rosarito.
  • Si te dan una oficina con vista al mar, tapa la ventana con un cartel panorámico de la Rumorosa.
  • No es una maldición bíblica: son nubes.
  • Habla de la fama que deseas tener como si ya la tuvieras, afirma que todos los intelectuales mexicanos y extranjeros te admiran, aunque nadie sepa de tu existencia. Blofear es la regla de oro para que crean que eres un tijuanense y no un simple provinciano pretencioso.
  • Nunca digas “Ya llegué”. Di mejor: “Estoy in-site”.
  • Asegúrales que tu grupo de música favorito es Nortec, pero pega carteles de Reik en la cafetería de tu institución. Eso es subversión pura.
  • Si te cuestionan sobre quién es el más conocido periodista cultural de Tijuana, nunca digas: “Es el cachetón ese que se cree mucho” (Recuerda que allá todos se creen mucho). Es mejor que contestes: “Eso lo tendrá que decidir mi representante”. No olvides: la sofisticación ante todo.
  • Si quieres que te conozcan en Tijuana arma un escándalo, muéstrate como víctima de las malvadas instituciones. Si quieres ser artista de moda, declara tu odio contra todos y todo, alaba la destrucción sobre todas las cosas. Si quieres que tus fans te sigan, invítalos a un ambigú al Cecut.
  • Nunca digas –ni siquiera lo pienses- que lo mejor de Tijuana es San Diego. Las verdades duelen.
  • Si descubres que la mayoría de los intelectuales tijuanenses no saben de qué hablan o sólo hablan de oídas, no te preocupes. La mayoría te están usando como psicoterapista temporal. Cóbrales.
  • Si oyes decir (en inglés con acento impostado londinense): “Go to hell”, no quiere decir: “Lárgate a Mexicali”.
  • Si alguien dice la palabra Tijuana con voz de declamador sin maestro y pone los ojos en blanco y comienza a convulsionar, es mejor que corras. Por aquellos rumbos, los trances de ardor regionalista suelen acabar en linchamientos públicos.
  • Si te preguntan algo en inglés, contesta en dólares. Si te cuestionan sobre las cebras de la avenida Revolución, di que son auténticas.
  • Cómprate un sol portátil: lo vas a necesitar. El sol tijuanense ni siquiera entibia.
  • En las fiestas de cumpleaños de los tijuanenses no se canta a los festejados las típicas de Happy birthday o Las Mañanitas. La canción más solicitada es la de Paco Stanley: “Qué lindo soy, que bonito soy. Cómo me quiero”. Y es el festejado el que la canta.
  • En los muros de tu institución pinta el lema: “Chicali rifa K/Z y qué”. Cuando lo intenten quitar ofrece una conferencia de prensa, pide apoyo al FOCUC y expón un caso más de censura oficial a la libertad de expresión.
  • Nunca te rías de los artistas tijuanenses que buscan deslumbrarte con sus exposiciones en París, Nueva York o Madrid. Diles que cuando expongan en Pueblo Nuevo, Wisteria o Bellavista y aguanten la carrilla de los lugareños, te avisen.
  • Si te invitan a la zona norte de Tijuana diles que sólo aceptas de la Horton Plaza en adelante.
  • Nunca defiendas tu lugar de procedencia. Mexicali, como capital del estado libre y soberano de Baja California, se defiende sola. Y lo mismo va para el resto de las ciudades y pueblos de la entidad. Sé cool y encógete de hombros, sólo diles: ¿Sabe de dónde viene el agua que consumen? ¿Entienden el concepto de generosidad?
  • Si te preguntan cuál es tu película favorita de desastres diles que la cinta de James Cameron: Tijuanic.
  • Y lo principal: si un día te cansas de Tijuana o ya no te parece soportable, toma en cuenta que puedes volver cuando quieras a Mexicali. Ya lo dice la sabiduría popular: Más vale Mexicali en mano que cien famas volando.

Imagen: Portada del CD del grupo musical "Tijuana No", tomada de aquí.

12 junio, 2006

Choques y más choques

Un choque. Un golpe. Un estrépito. Un grito. Una mentada de madre. Una conmoción. Una sorpresa. Un accidente. De choques imprevistos están hechas nuestras vidas. Lo inesperado de un encontronazo con el otro, nuestro cómplice, nuestro semejante, que une a personas que nunca se hubieran relacionado de otra manera en lugares que no necesariamente acostumbran pregonar a sus familias.


Angel Norzagaray (El Triunfo, Sinaloa, 1961, pero avecindado en Mexicali, Baja California desde adolescente) nos mete, con su obra más reciente, Choques (ICBC-Premio Estatal de Literatura en Teatro, 2005), en una historia dramatizada a puro diálogo galopante, sin más escenografía que nuestra propia imaginación; un relato a saltos acrobáticos sin perder estilo ni humor.


Aquí el choque es un acontecimiento que se desdobla en comedia de enredos y examen a profundidad de nuestras fidelidades e infidelidades, una obra que es carrera desbocada alrededor de “andar de pito flojo” en un motel que reproduce, entre lo público y lo privado, entre lo aceptado y lo prohibido, esa comezón del sexo desaforado que no atiende razones ni razonamientos y que crea, en la poderosa urdimbre de su trama, un nudo de conflictos entre personajes que son la jocosa representación de nuestra hipocresía social dándole vuelo a la hilacha.


Choques es una obra como las películas de los hermanos Marx. Es decir: en ella se va acumulando, a velocidad vertiginosa, absurdo tras absurdo y sin perder la veracidad narrativa. Cada personaje sabe su cuento y defiende no un territorio familiar o matrimonial sino ese espacio de libertad donde la gente “puede hacerse la tonta y que el mundo ruede”, sin mortificaciones excesivas, sin melodramas telenoveleros.

Para el teatro bajacaliforniano en particular y para el teatro mexicano en general, Choques representa un pastelazo en el rostro de nuestra colectividad, una mezcla explosiva de amor fou que retumba en el interior de nuestras conciencias: no como una advertencia moral sino como una verdad demoledora en su pragmatismo norteño: “Pase lo que pase, una cosa es cierta: la vida sigue. ¿Entonces?”


Entonces sólo queda reír a carcajadas con estos gallitos de pelea, con estas mujeres escapando de sus jaulas, con estos choques que siempre acaban arreglándose bajo mano, fuera de la ley, acá, donde la cachondez prevalece y las coincidencias se ven como lo que son: el puro mitote, el puro gozo de contar esa historia que, por increíble que parezca, nos retrata de cuerpo entero en este escenario que es la vida, en este motel que es el mundo.
Gabriel Trujillo Muñoz