Block de hojas amarillas: noviembre 2005

24 noviembre, 2005

Escuela Cuauhtémoc: memoria fragmentaria, historia parcial

El libro Escuela Cuauhtémoc: vida y memoria de Mexicali 1916-2004 (XVII Ayuntamiento de Mexicali, 2004) es, a primera lectura, una obra necesaria para ir conociendo la importancia de nuestro patrimonio arquitectónico y de nuestro desarrollo educativo a partir de una crónica histórica de la escuela pionera, la más rica en acontecimientos de nuestra ciudad.
Y es necesaria porque muchas de las aventuras, esfuerzos y actividades que en ella se llevaron a cabo, en el transcurso de sus casi noventa años de existencia, hicieron de la escuela Cuauhtémoc-Casa de la cultura una parte fundamental de la vida cívica, escolar y cultural de Mexicali. Como lo dice Armando Rodríguez, el autor-compilador de esta serie de crónicas, documentos, ensayos y entrevistas, este es un edificio donde comenzaron proyectos tan loables como la escuela Normal, el ICAE y la UABC.

Escuela Cuauhtémoc es uno más de los libros que buscan ofrecer, en el cada vez más amplio contexto de la celebración del centenario de Mexicali, una aportación a la microhistoria educativa de Baja California. Los testimonios y la información que proporcionan Rodríguez y sus colaboradores (Aglae Margalli, Jorge Freyding, Mónica García, Olga Angulo, etc.) nos ayudan a comprender que esta es una obra generosa que intenta mostrar la vida comunitaria, el corazón colectivo, de un recinto por demás conocido y reconocido por todos los mexicalenses. En tal sentido, esta obra es un homenaje a la historia que encierra un edificio de semejante alcurnia y a los que han pasado por sus salones, talleres, escenario y galerías como público y autoridades, como maestros y alumnos.

Los problemas surgen, sin embargo, cuando uno hace una lectura más detenida y descubre que, lamentablemente, este libro cuenta una historia parcial de la escuela Cuauhtémoc-Casa de la cultura de Mexicali, muestra una memoria fragmentaria y un escamotea muchos de los grandes momentos y las grandes personalidades que por ella han pasado. Tal vez, supongo, debido a las prisas por terminarlo antes de la salida de las autoridades del XVII ayuntamiento no se hizo un trabajo a fondo ni se buscaron las fuentes informativas más pertinentes, de testimonio oral, que le hacen falta para darnos una historia cabal de este recinto educativo.
¿Qué quedó en el tintero y que era imprescindible no sólo mencionar sino exponer a profundidad, valorar en sus aportaciones con justeza y respeto? ¿Qué aspectos fueron dejados a un lado o qué personajes ni siquiera se buscó entrevistar a pesar de que el propio libro los encomia en un renglón o los muestra en una fotografía sin darles el lugar que merecen? Aquí sólo quiero señalar 10 faltantes de una obra que, a mi parecer, apenas es una aproximación a un territorio por explorar, un libro que únicamente recoge una parte mínima de una historia que es de todos.

1.- De la etapa inicial de la escuela Cuauhtémoc el libro trae información suficiente de la etapa del coronel Estebán Cantú (1916-1920) pero escasa sobre la etapa igualmente crucial del gobierno del general Abelardo L. Rodríguez (1923-1929), excepción hecha de los daños al edificio con el temblor de 1927, dejando al lector sin información sobre las actividades educativas y culturales que en ella tuvieron lugar de 1923 a los años cincuenta, es decir, no se mencionan las actividades artísticas realizadas por maestros tan notables como Luzsiglo Figueroa, Adolfo Wilhelmy y Manuel Covantes en teatro y música, como la orquesta juvenil y el cuarteto de cámara, este último formado por el propio profesor Covantes, Sebastián Armenta, Octavio Contreras y el doctor Rocedal, agrupación que, según consigna la Memoria del primer congreso de historia regional (1958), “da excelentes conciertos gratis al público en general en el salón de la escuela Cuauhtémoc”. Si al menos hubieran entrevistado a Alfonso Vidales padre y a Ana Luisa de Vidales, que fueron activos participantes desde aquellos tiempos, la historia musical de este recinto habría sido mejor documentada.
2.- Si el Instituto de Ciencias y Artes del Estado fue parte fundamental de las actividades escolares de la Cuauhtémoc de 1953 a 1967, ¿por qué no entrevistar al profesor Cándido Zataráin Salmerón, uno de sus principales directores y que sigue siendo un memorista ejemplar?
3.- Si la Universidad Autónoma de Baja California tuvo sus comienzos en la escuela Cuauhtémoc, ¿por qué no entrevistar al Dr. Santos Silva, al Dr. David Piñera o a los integrantes de las primeras generaciones universitarias que en ella estudiaron?
4.- Si la fundadora de la casa de la cultura fue la señora María Luisa de Yarza, ¿por qué no hacer lo mismo y entrevistarla? Y si no alcanzaban a hacerlo por la premura del tiempo, ¿por qué no tomar el texto que ella misma escribió, donde hace la crónica de tal fundación y que viene incluido en el libro 30 años de gobierno municipal 1953-1983 (X ayuntamiento de Mexicali, 1982), dirigido por Luis Razo y compilado por el Lic. Enrique Priego Mendoza durante la presidencia de Eduardo Martínez Palomera? Y aquí quiero añadir que el texto que se incluye en Escuela Cuauhtémoc de la profesora María Mercedes Veyna de Chavira y titulado “La Escuela Cuauhtémoc vespertina y la profesora Carmen Rivera Almada” está tomado de este mismo libro y no se da su fuente bibliográfica ni se reconoce el trabajo de Razo y de Priego en la bibliografía.
5.- Si la señora Lorenza Ramos de Vildósola ha sido la directora de la casa de la cultura que más tiempo ha durado a cargo de la misma (1979-1989) y gracias a sus gestiones se logró traer a los más importantes artistas internacionales del momento, ¿no valía la pena conocer su testimonio sobre la mejor época que la casa de la cultura ha tenido?
6.- En lo literario hay un faltante imperdonable: el primer taller de creación literaria fue organizado por Cutberto Hernández y Flavio Artemio Jiménez Castro entre 1976 y 1978, teniendo como miembros a Antonio Limón Hernández, Arturo Casillas, Pedro F. Pérez y Ramírez y Manuel González, entre otros. Esa historia no aparece en este libro y es una ausencia notoria. Casillas seguramente podría haber sido un excelente entrevistado sobre tal periodo.
7.-Si se habla del Centro de estudios literarios (1991-1996) con un texto de una de sus principales promotoras, Olga Angulo, ¿por qué no hacer lo mismo con la etapa anterior, la de los años ochenta, cuando se establecieron los talleres de creación literaria, y entrevistar a José Manuel Di Bella, su impulsor, o a Sergio Gómez Montero, su coordinador de 1984 a 1989? ¿Y qué decir de la edición de la revista El oficio (1985-1989), la primera revista literaria mexicalense, que en los salones de la casa de la cultura dio comienzo y que publicara textos, entre otros, de Francisco Lizárraga, Ana María Fernández, Jesús Manzo, Santos Carrasco, Angel Norzagaray, Estela de Villanueva, Jorge Aguirre, Tomás Di Bella, Oscar Montaño, Ramón Tamayo, Edgar Gómez Castellanos, Mara Longoria, Benito Gámez, Oscar Hernández, Sergio Gaviña, Jerónimo Massiel y Aidé Grijalva? Faltantes y más faltantes.
8.- En este libro una de las actividades que más han dado realce a las artes por parte de la casa de la cultura no aparece: la danza contemporánea. Ni siquiera son mencionadas Beatriz Cecilia o Carmen Bojórquez por sus aportaciones pioneras en esta disciplina artística; y el grupo de niños(as) bailarines(as) que después serían Paralelo 32, el más importante grupo de danza contemporánea surgido en Mexicali, pasa de noche. Y lo mismo sucede con Patricia Aguilar como maestra de danza contemporánea en tiempos más recientes. Toda esta manifestación artística queda en el limbo de la historia. ¿Por qué no entrevistar a Carmen o a Patricia, que siguen presentes en el ámbito cultural de nuestra ciudad?
9.- Y en el teatro pasa algo similar, se mencionan unos cuantos nombres en apenas dos párrafos, pero queda fuera Nora Granados como maestra y las obras que han montado en forma independiente directores de la talla de Emeterio Méndez, Jorge Esma, Manuel Rojas, Juan Antonio Llanes o Rodrigo Solo. No se pueden utilizar tan pocos renglones para compendiar 30 años de historia escénica de la casa de la cultura. Si al menos hubieran entrevistado a Nora Granado, Francisco Sández, Manuel Rojas, Sergio Leal o Miguel Cetto, este sería un libro equilibrado en información, pertinente para todos sus lectores.
10.- Se mencionan de pasada o aparecen simplemente en fotografía personajes ya fallecidos pero que fueron parte esencial de la historia de la escuela Cuauhtémoc-Casa de la cultura, hombres y mujeres a los que se les debió dedicar mayor espacio en vez de tanto corte de listón y pasarela de funcionarios en funciones. Pienso en el Ing. José G. Valenzuela en el área de educación, en José García Arroyo y Salvador Romero en artes plásticas. Sus familiares hubieran sido fáciles de contactar y habrían aportado a esta obra un homenaje merecido a figuras que dieron sus vidas por el trabajo educativo y las artes de la entidad. Otra oportunidad perdida.

Por todo lo anterior, Escuela Cuauhtémoc es un buen principio para un libro de microhistoria, pero el tema que estudia en personajes y acontecimientos (1916-2004) le queda grande, no cumple las expectativas que su título asegura. Una obra así requería una investigación menos precipitada en su hechura, un trabajo con entrevistadores profesionales que conocieran el contexto histórico, social y cultural en que actuaron sus entrevistados y, sobre todo, que no se intentara paliar con una simple mención épocas enteras, la vida y obra de tantos y tantas artistas, promotores y maestros que hicieron, cada uno en su tiempo y circunstancias, su aporte a la evolución y desarrollo de la escuela Cuauhtémoc-Casa de la cultura de Mexicali, hombres y mujeres que merecían más espacio y esfuerzos indagatorios porque llevaron a cabo contribuciones invaluables a nuestra comunidad.

Ni modo, para la siguiente historia de este recinto esperemos una memoria menos fragmentaria, una crónica menos parcial; que la historia no es homenaje a los funcionarios en turno, a los conocidos cercanos, sino un recuento democrático de sus principales hacedores, los maestros y alumnos que han dado lustre y prestigio a nuestra vida comunitaria, a la educación como trabajo cotidiano y aprendizaje tenaz.

08 noviembre, 2005

Dragón: dragona

Más que poemas, los textos de Paulina de la Cueva son conjuros verbales, sortilegios de una “magia traslúcida” que la conduce a la sombra de las criptas, a la “metódica negrura” que embriaga sus palabras.

Algo de aquelarre debe tener la esencia misma de un puerto como Ensenada para que convoque a viajeros tan peculiares. Allí se han reunido los principales exponentes de la cultura brujeril, de una poesía dark que es “expresión arcana de una zarza ardiente”. Pienso en Flora Calderón y su mar de brujas. Pienso en la propia Paulina y su afán por conocer la otra cara de la realidad entonando palabras como ensalmos.

Paulina ha venido del interior del país y se ha topado con las costas frías del norte peninsular, con un espacio idóneo para construir su casa y fundar una poesía que es, como lo indica el título de su primer poemario individual, Territorio de dragón (Fondo editorial de Baja California, ICBC, 2003), mundo imaginario donde las cosas más portentosas suceden por arte de magia.

La poesía como palabra secreta, como ceremonia hermética, para iniciados. Discurso del tiempo, “lengua volátil cubierta del conocimiento primigenio”. De ahí que el poema no solo exhiba su tejido formal sino que oculte bajo el velo de sus imágenes “el nombre del abismo”, la pertenencia “al clan de los silentes”, aquellos que callan para estar más atentos a otras realidades y preceptos.

Para Paulina de la Cueva, el poeta no solo es un constructor de palabras o un forjador de versos. Su misión consiste en ser vidente: en ver más allá de su tiempo y circunstancia. El poeta como un dragón que se esconde tras “verdades absolutas”, en “atávicas sinuosidades”, para poder dar testimonio de su propia metamorfosis. Figura mítica. Símbolo de un poder que mora en las alturas.

En Territorio de dragón, Paulina canta al cuerpo en sus placeres y delicias, en sus cicatrices y demonios: un conocimiento que hace del poema un albergue de temblorosos labios y lenguas desatadas, una danza de fuego sacro.

La obra de esta poeta coincide, para el lector, con el acto de asumir que estamos ante un calidoscopio escritural: hay que darle vueltas y vueltas a las “vivencias cromáticas del polvo” hasta que cada poema sea “una flor sensorial/ una esfera de jade”. Combinación de colores que “abarcan universos, paradojas y vísceras”, que brillan como “plumas o escamas”.

La poesía como instrumento para ver el mundo a contraluz, para esgrimir sus complejidades. Imagen y conciencia de la imagen. Orden y desorden. Azar y contingencia.

Leer Territorio de dragón de Paulina de la Cueva nos remite a la obra de Martha Nélida Ruiz y Alicia Montañez: poetas bajacalifornianas que indagan, con el bisturí de sus pensamientos, en los intersticios de la realidad y abren, con sus respectivos métodos verbales, el cuerpo del deseo, la experiencia del sexo, la vida como “vastedad anímica’ donde todo lo que no mata, fortalece. Poetas las tres de una “lucidez exacerbada”. Escritoras inquietas, sacrílegas, en cuya “flama quemante” arden las ideas, los “nudos acertijos/ adheridos/ en torrente/ a los costados”.

Como Alicia al otro lado del espejo, de la Cueva es una especie de exploradora en el país de las maravillas-pesadillas. Un personaje a la Remedios Varo que utiliza palabras en vez de pinturas para dar consistencia a los prodigios que su mente crea: sin fronteras, permaneciendo a la intemperie, en “la irreversible contradicción” de no tener más ancla que la memoria para rehacerse a sí misma, para soñarse a sí misma..

Bruja, sí, y por tanto hereje, forastera, noctámbula, sibila. Una mujer cuyo criterio es profanar las normas para aprender la “urdimbre milenaria”, el nombre del dragón que habita sus entrañas, pulsa en su corazón y habla por sus versos. Ese dragón que agita “la oscuridad ventral del universo” entre sus garras.

“Solo puedo decirte lo que creo o lo que tuve que creer: el presagio y el recuerdo” dice el poeta Derek Walcott. Y Paulina de la Cueva bien puede añadir: “Por la piel/ ascienden recuerdos/ Por la savia/ rumores”. Voces que nos hablan desde la augusta presencia de lo inevitable, desde la llama cambiante de lo eterno. Poesía votiva, vela en mano.